«No podemos dar a los niños pantallas sin límites como no podemos dar alcohol y tabaco»

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La Fundación Adsis trabaja por la inclusión social de las personas en todo el Estado. Desde el proyecto Estados de ánimo, hacen incidencia en la prevención de las tecnoadicciones a través de formaciones y talleres con infancia y adolescencia, familias y profesorado. Hablamos de este reto con Guillermo Muñoz, psicólogo especializado en adicciones a cargo de algunas de las formaciones de la entidad.

Sois una entidad pionera en trabajo educativo y crítico sobre las pantallas. ¿Cuáles son los problemas sociales y de salud en infancia vinculados a las nuevas tecnologías que aborda?

Abordamos muchos temas como los relacionados con la autoestima y el autoconcepto, los trastornos de la conducta alimentaria, el juego patológico por apuestas o los trastornos por uso de videojuegos. La adicción al móvil no está reconocida como trastorno. Es como si habláramos de alcoholismo y dijéramos que el vaso es el generador de la adicción. El móvil es un instrumento.

¿Lo patologizamos todo?

Tendemos a patologizar. Tenemos una visión algo adultocéntrica del fenómeno de las pantallas. También han mejorado notablemente nuestra calidad de vida. Además, existen otros trastornos asociados a los cánones de belleza que se promueven en las redes, que tienen graves consecuencias en las menores. Hace poco se supo que Facebook tiene informes internos que dicen que Instagram afecta a la salud mental de una de cada tres adolescentes.

Hay estudios que comparan el efecto de las pantallas con el uso de drogas. ¿Estamos blanqueando la tecnología?

Describen los mismos procesos de refuerzo, tienen un denominador común. Yo creo que una adicción es una psicopatología muy grave, que desarrolla un tanto por ciento pequeño de la población, y que toda la atención se centre en el proceso adictivo dejaría de lado cosas más importantes que tratar.

Hablo de conductas antisociales y delincuenciales como el ‘grooming’ (cuando un adulto contacta a un menor con intenciones sexuales) o el ‘sexpreading’ (cuando se chantajea y/o se hacen circular imágenes de una persona con contenido sexual explícito sin el su consentimiento).

Según algunos informes, las pantallas son una de las máximas preocupación de las familias. ¿Cuántas horas deben pasar las niñas y los niños delante de una pantalla ya partir de qué edad?

Recomendamos no utilizarlas hasta los 5 años, y de los seis a los doce deben utilizarse de forma progresiva sin superar nunca las tres horas a la semana. Siempre deben ser contenidos supervisados. No pueden estar frente a una pantalla sin el compañía de un adulto. Tenemos mecanismos como Youtube Kids, Netflix Infantil, el PEGI en los videojuegos, categorías por franjas de edad, y el sentido común. A partir de la adolescencia es una negociación y debe haber pactos.

Hasta los 5, las pantallas no aportan nada que no aporten las relaciones con otros niños y niñas. Son altamente reforzantes y utilizan patrones susceptibles de generar dependencia. No son neutros, son espacios creados por grandes empresas que ganan dinero con la retención frente a la pantalla. Nos atrapan y nos enganchan con la sobreidentificación, los ‘likes’ y el ‘scroll infinito’, la reproducción automática de las historias en Instagram, la creación de los reeles… Nada es accidental y por eso sentimos la pérdida de la percepción del tiempo. Debería haber algún tipo de regulación, sobre todo en el tema de la publicidad de apuestas online en TikTok. Es muy peligroso.

¿Y qué se encuentra en los talleres?

No existe un compañía, no hay un control sobre los contenidos que consumen. Niños y niñas de 3º y 4º de primaria están viendo la serie de moda ‘El juego del calamar’ acompañados de sus padres. Hay un desconocimiento completo en la forma en que esto afecta a sus hijos e hijas. Es un contenido de violencia extrema.

El fenómeno de las redes ejerce una presión: si ves vídeos hablando de la serie y coreografías que salen en la serie, es complicado escapar porque sientes que te quedas atrás. Se han desdibujado algunas líneas, te encuentras a niños de primaria con conductas de adolescente y mentalidad de niño.

Por eso también trabaja con las familias.

Sí, es el gran reto, cuesta mucho porque las que más lo necesitan son las que menos acuden y las que más controlado lo tienen son las más motivadas. Algunas familias tienen otras muchas necesidades a tapar antes a nivel económico y social. Eres el menor de sus problemas. Queremos dotarlas de herramientas que les permitan manipular las pantallas, saber cuál es su uso razonable ya qué edades les están alejando del desarrollo potencial.

¿Qué les dirías a las que no vienen?

Que otorgaran la importancia que merece la educación de sus hijos e hijas. Que un correcto desarrollo, un trabajo de las habilidades comunicativas, de la gestión de la autoestima y del tiempo libre en la infancia les protegerá en un futuro de las conductas de riesgo.

Como personas adultas, también pasamos muchas horas ante las pantallas.

Es normal que haya mayor consumo. Hay un cambio de hábitos, no lo patologizaría, pero es necesario establecer normas, límites y un control. Las potencialidades de internet son interminables.

¿Qué efecto ha tenido la pandemia?

Ha habido un claro empeoramiento de la salud mental de niños y adolescentes. Son seres sociales y han estado encerrados con una sobreexposición a las pantallas, consumiendo contenidos poco regulados. No hemos parado, hemos realizado talleres y había auténticas catarsis. También es cierto que el mundo no se ha parado gracias a que disponemos de estos mecanismos.

¿Cómo afecta el ciberacoso en la infancia?

El acoso era más gestionable, ahora el impacto es mayor, es un fenómeno que circula más rápidamente y llega a más gente, puede salir de los institutos y terminar en las redes. El conflicto va más allá de la escuela y es más complicado detectar por el profesorado. Quizás falta algo de entendimiento sobre el impacto emocional que tiene la violencia digital: hay una persona detrás de un nombre de usuario y el insulto hace el mismo daño.

¿Cuáles son sus propuestas para que la infancia haga un buen uso de las tecnologías?

La capacitación a familias, y el establecimiento de normas, límites y modelado. Las familias deben ser modelos para los hijos y las hijas. Por ejemplo, si estamos comiendo una comida, los teléfonos no deben estar en la mesa, las televisiones deben estar apagadas porque también son pantallas, y debemos centrarnos en quien tenemos a nuestro alrededor. Los ordenadores deben utilizarse en espacios comunes y supervisados ​​hasta los doce años, y deben evitarse los usos bunquerizados en la habitación, poner límites de tiempo y de contenidos.

¿No es algo dictatorial?

Los niños y niñas de primaria tienen el córtex prefrontal inmaduro, son seres más impulsivos, tienen dificultades para racionalizar las cosas. No podemos pedirles la autorresponsabilidad total. Debe ser un proceso acompañado para minimizar las conductas de riesgo. Debemos limitar las pantallas de la misma forma que limitamos el entrada al alcohol y al tabaco. En internet puedes encontrarlo absolutamente todo.

Los límites son necesarios.

Una norma no se pone como imposición dictatorial, una norma y un límite protege y demuestra aprecio por la persona. Cuando hablamos de estos usos sin control, estamos hablando de comportamientos negligentes por parte de los progenitores. Con las normas y los límites les demuestra amor porque les protegen de formas de hacer y de peligros que no les corresponden.

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